lunes, 12 de noviembre de 2007

El pan de cada viernes

Los viernes no se sale, nunca. Los viernes se alquila una película, es tradición. El proceso de alquilar una película es algo maravilloso, puede que sea la mejor parte, mejor incluso que verla.

Como cada viernes llego al videoclub sobre las nueve menos cuarto y teóricamente se cierra a las nueve y media, no obstante la teoría no suele coincidir con la práctica porque sobre las nueve comienzan a seguirse los pasos de rigor a la hora de cerrar un establecimiento: Se empieza por desconectar la música para que los consumidores se sientan incómodos; seguidamente se apaga una de las luces, tratando de que los consumidores, al no poder vislumbrar los objetos de dicho establecimiento decidan marcharse sin consumir ningún bien, es una estrategia que solo acaba con unos pocos, un grupo muy reducido de gente que no conoce dichos pasos; viendo que las personas no se dan aún por aludidas, el vendedor comienza a pregonar esa frase tan peculiar con la cual cree que los consumidores entenderán por fin la razón de esas circunstancias y consecuentemente se decidirán a marcharse pidiendo disculpas por no haberse dado cuenta de que era la hora de cierre (que en realidad no es), "A ver...vamos cogiendo película"; unas pocas personas empiezan a irse, los primeros, los débiles, los que sucumben a la presión de tan austera táctica escogiendo una película de novedades que les ha recomendado la dependienta para que se larguen; los demás proseguimos con nuestra hazaña, la de coger la película perfecta para esa noche, la que mejor se adecúe a las circunstancias; la segunda luz se apaga, unos se van, otros, más descarados, sacan el móvil y, ayudandose de la luz, tratan de escoger una película, yo pretendo volver la semana siguiente, procuro moderarme, pero aún no me voy, no he elegido;la dependienta repite su frase una y otra vez (la ley no le permite expresarse como quisiera), más gente comienza a irse, la elección se ha reducido a dos, la dependienta comienza a acercarse a nosotros, ya solo quedamos unos pocos, los debiles se han largado, antes de que llegue ya he decidido, así que la esquivo mediante una finta ya perfeccionada por la experiencia de quien alquila una película cada semana, con suerte no la piso, paso de largo y poso todo el peso de mi cuerpo sobre la mano derecha, apoyada en el mostrador, mientras miro el reloj de mi otra mano y suspiro, haciendole ver que estoy esperando (simplemente porque soy malvado), pese a haber sido yo la razón de que sea tan tarde: las nueve y veinte, ni siquiera es la hora de cerrar. La dependienta carga la película a mi cuenta y me la entrega. Como cada viernes la ojeo hasta llegar a la moto y la guardo en el cofre con todo el tesón y cariño del mundo.
Ver la película es por supuesto mejor que el proceso de alquilarla, pero se necesita tiempo para alquilar una película, a no ser claro que se llegue al videoclub con la intención de alquilar una película determinada. Aún así yo siempre contemplo todas las posibilidades, no quisiera coger una película que no se ajustase a las circunstancias...Y eso hace que siempre elija la película perfecta para ese viernes.
Es el cine y sus consecuencias y lo amo, lo amaré en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta el fin de la eternidad...
Estos son algunos de los videoclubs que hay en Pamplona y la forma de llegar a ellos. Vayan, observen, piensen, aguanten, decidan, escapen y...vuelvan a la semana siguiente.


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