jueves, 29 de noviembre de 2007

LA HUELLA (Joseph Leon Mankiewicz, 1972)



“Tiene que convencerles de que sólo ha sido un juego”. Con esta equívoca y ambigua frase de Milo Tindle (Michael Caine) hacia Andrew Wyke (Laurence Olivier) termina la película La huella del director Joseph Leon Mankiewicz. Y es que la historia nos habla de un juego, de un juego vengativo, de un tira y afloja que entablan el escritor de novelas policíacas, Andrew Wyke, y el amante de su mujer, Milo Tindle. Es el juego del honor y es más ofensivo y bochornoso perder el respeto que la propia vida.
Pero la película no sólo se basa en representar quién ganará la partida de ajedrez o de parchís. La huella va más allá. Retrata la lucha entre dos estamentos diferentes: uno superior, encarnado por el millonario Wyke y otro inferior, representado por Tindle, un hombre de clase media.
Tomada de una obra de teatro del mismo autor del guión, Anthony Shaffer, es una película de intriga, de mentiras, de humillación, trampas y apariencias, con toques cómicos e irrisorios al principio que van desapareciendo conforme avanza la venganza.
Aunque en un único escenario y con tan solo dos personajes en escena, cosa que podría parecer aburrida y monótona, Joseph Leon Mankiewicz hace partícipe en el juego al público, que es continuamente engañado y sorprendido, y lo mantiene atento, interesado y atrapado en la trama. Es eso lo mejor de la película: una trama intensa, viva, atípica, compleja, repleta de sorpresas y giros, claramente dividida en dos partes separadas por un encadenado: la venganza del escritor y la venganza de Tindle, tres días después.
Merece destacar el escenario, gran protagonista de esta película. Desde el principio y hasta el final, el espectador se sitúa en un único espacio: la tétrica mansión del señor Wyke. La acción se inicia en un laberíntico jardín, lleno de estatuas misteriosas, de bancos recargados, para dar paso a la enorme vivienda del señor Wyke. Especial interés tiene este lugar, pues es el que va a crear la atmósfera de misterio, de intriga, de anormalidad. Y es que el señor Wyke no es un hombre normal como todos nosotros, es un hombre extraño, chocante, que vive rodeado de muñecos diabólicos, juegos, lámparas, objetos de toda clase, candelabros, sillones barrocos,…, en fin, en un lugar extremadamente lúgubre, gótico y tenebroso.
La caracterización de los personajes es magnífica. Laurence Olivier borda su papel del maquiavélico novelista Andrew Wyke, un hombre millonario, astuto, de unos sesenta años. Michael Caine, con esa cara de ángel e inocente al principio, y de demonio después, no es menos. Se hace con el personaje de peluquero italiano, elegante, seductor y cínico. Es extraordinaria la evolución que ambos sufren a medida que transcurre la historia: Wyke pasa de ser el opresor, el que domina y engaña, a ser el humillado y burlado; al contrario, Tindle, primero es el pisoteado y el deshonrado y después el justiciero. Y lo más sorprendente: al final los papeles quedan sin resolver, ¿quién es el opresor y quién el oprimido?, ¿quién es la víctima? No se sabe.
Estamos ante una película hecha con mimo y esmero, que cuida su composición, la pulcritud en los detalles, que acierta en los movimientos de cámara y en los planos escogidos. Los abundantes primeros planos que sirven para resaltar la expresión de los personajes conceden un logro muy destacado de la película. Fantásticos son también los primerísimos primeros planos, que aportan un contenido especial. Cabe incidir en dos momentos: al final de la primera parte, cuando Wyke va a disparar al payaso, pues sirve para mostrar la expresión de los ojos y la boca del que va a morir, y al final de la película, cuando aparecen en la pantalla los ojos de Wyke, representando también así su posible fracaso y el final de su libertad, en cierta medida, también su muerte.
Y junto a todo esto está el extraordinario uso de la música. La película se adorna con la particular música de Cole Porter, creadora de ambientes cómicos, como cuando Tindle disfrazado de payaso sube por la escalera, o de ambientes tétricos y sombríos. Significativo también para la creación de esa atmósfera espeluznante es el uso de los múltiples sonidos agudos de relojes u objetos extraños y las risas de los muñecos, que acongojan al público. De hecho hay momentos relevantes de la película que tienen a estos sonidos como los protagonistas. Así ocurre en el paso de la primera a la segunda parte y en el final, donde estos ruidos penetran en el oído hasta tal punto que se quedan grabados en la mente del espectador.
Los símbolos es otra de las bazas más fuertes de este film. El más importante es el de los disfraces (Tindle se disfraza de payaso, se hace pasar por el inspector,…) como muestra de una identidad camuflada u oculta, desconocida. Otro también importante es el del cuadro o las fotografías, en las que aparece la esposa de Wyke, gracias a lo que conocemos a la persona que pone en marcha la acción. El reloj también es otra imagen valiosa: es el objeto que marca las horas, el final del tiempo, y donde se encuentra escondida la última pieza del rompecabezas que Wyke tiene que resolver. El laberinto del jardín es una metáfora también, un símil del juego de venganza, sin salida, enredado.
La huella no es una película corriente. La huella nos deja pensativos para el resto del día. Parece inútil negarlo. Resulta absurdo evitarlo. Queramos o no, nos quedamos cavilando sobre su trama y su final, sin la última ficha y con varias interpretaciones posibles. Una increíble película. Una obra maestra.



Otras páginas que me parecen interesantes son:
http://es.wikipedia.org/wiki/Laurence_Olivier

http://es.wikipedia.org/wiki/Michael_Caine

http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article776.html

También este vídeo de Youtube:

La Huella - Joseph L. Mankiewicz

No hay comentarios: